METAPINTURA
15 NOVIEMBRE 2016 – 19 FEBRERO 2017
MUSEO NACIONAL DEL PRADO
Podríamos explicar
el término “metapintura” como el proceso por el cual una obra pictórica hace
referencia directa a la técnica pictórica en sí misma, en otras palabras,
cuando la pintura habla de la propia pintura. Este término es muy acusado en
las artes plásticas a partir del siglo XX y de hecho parece que es
imprescindible que el prefijo –meta aparezca en cualquier texto tildado de posmoderno.
Es por eso que esta expresión, a priori parece no tener cabida como definición
de ninguna obra que albergue el Museo del Prado, y mucho menos emplearlo como
título para una exposición suya.
Metapintura
es un vocablo pretencioso del que el Museo del Prado se ha apropiado para ofrecer
al espectador un nuevo y arriesgado discurso artístico. Pero la pregunta que
nos concierne es si estará a la altura o no.
El museo
vende una lectura de las obras como reflejo del interés de los artistas por
elaborar y plasmar un estudio reflexivo sobre el concepto “arte” y cómo el arte
se convierte en una temática artística.
El recorrido
se inicia tratando de mostrar unos orígenes religiosos y mitológicos de esta
idea. Aunque como es de esperar, este concepto no surge de la nada como si de
la explosión del Big Bang se tratase, sino que al ser algo fluido, las obras
que se exponen en estas primeras salas parecen no estar presentando una unidad.
No es hasta llegada
la sala en que se nos contraponen Las Meninas con El Quijote, cuando la idea de
metapintura comienza a cobrar sentido como título de esta exposición. Ese
cuadro de cuadros y novela de novelas que no solo se han convertido en los referentes
del siglo de oro y del arte español en general, sino que ambas obras coinciden
en desarrollar una introspección reflexiva.
Es a partir
de aquí cuando la exposición empieza a cobrar sentido y las salas rezan títulos
sugerentes que guían al visitante a comprender no solo el significado
individual de cada obra, sino también el diálogo que establece esta
presentación de las obras totalmente diferente a como normalmente se exhiben en
las salas de la colección permanente.
Sin embargo
cuando el espectador comienza a entender y disfrutar del concepto que embriaga
la exposición, lejos de avanzar hacia el éxtasis que cabe esperar, a medida que
se avanza por las salas de la etapa final dicho concepto va poco a poco
deshinchándose, devolviendo al visitante el sentimiento preconcebido.
No cabe duda
que tras el éxito de la exposición previa dedicada a El Bosco cualquier exhibición
ofrecida por el Museo del Prado nos iba a saber a poco, y esta exposición a
pesar de ser audaz cumple dichas expectativas.
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